lunes, 19 de mayo de 2014

El caballo, el agua, la luna y el cuchillo en la obra de Federico García Lorca

Hoy, en esta entrada del blog, vamos a analizar los símbolos más significativos de Bodas de sangre, una obra del ilustrísimo Federico García Lorca.

Como bien sabemos, y como además expone Ángel Álvarez de Miranda en sus estudios[1], Lorca, trata «el tema de la mística del morir». Porque, ¿cómo es la muerte para Lorca?, pues después de leer a Álvarez de Miranda y de haber leído la obra a fondo, podría decirse que la muerte es como un sacrificio, un sacrificio de sangre (como ya sugiere la obra que estamos comentando), un sacrificio espiritual, también, pero siempre llevado a cabo de manera violenta. El hombre es un ser que en la mayoría de las veces se rige o actúa (por así decirlo) siempre bajo el mandato de sus pasiones.

Y después de esta breve introducción, pasemos a lo que sería, el análisis de estos símbolos que venimos mencionando, cabe mencionar que a todos ellos los envuelve cierto halo de religiosidad, muy propio de este autor andaluz:

Y el primer símbolo que nos llama la atención no será otro que el caballo. Símbolo de virilidad, de sexualidad (deseo sexual, instinto sexual), motor de pasión. En otras culturas siempre ha significado también el poder. El caballo figura en la obra no solo como montura que utilizará Leonardo para huir con la novia, sino también como presagio de lo que vendrá luego, y esto lo veremos en la nana (Acto primero, cuadro segundo), que contendrá, como veremos, todos los símbolos más significativos:

Suegra:
Nana, niño, nana
del caballo grande
que no quiso el agua.
El agua era negra
dentro de las ramas.
Cuando llega el puente
se detiene y canta.
¿Quién dirá, mi niño,
lo que tiene el agua
con su larga cola
por su verde sala?

Mujer: (Bajo)
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.

Suegra:
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
Las patas heridas,
las crines heladas,
dentro de los ojos
un puñal de plata.
Bajaban al río.
¡Ay, cómo bajaban!
La sangre corría
más fuerte que el agua.

Esta nana, cantada por la Suegra y Mujer de Leonardo está cargada de simbolismo: el caballo, como hemos mencionado, hace referencia a la masculinidad, a la pasión, al deseo sexual, y estas características se relacionan directamente con Leonardo, que huyendo con la novia provocará que este encuentre su trágico destino en la reyerta con el Novio.



Pero esto no acaba aquí, pues como vemos en la nana, este caballo parece huir del agua, ¿pero no es el agua un símbolo de pureza en la mayoría de obras de este estilo? pues esta vez discreparemos en ello. En esta ocasión, el agua significará la muerte. La nana se presenta como una especie de ritual que presagia la tragedia. Desde el caballo que no quiere beber (haciendo referencia al casamiento de la Novia con el Novio y los pocos minutos restantes que quedan para el rapto de la Novia por parte de Leonardo), también la desconfianza del caballo de beber al ver reflejado el cuchillo sería otra metáfora de ello..., y luego, como vemos en el siguiente fragmento, el caballo que bebe y por tanto, haciendo referencia a que, una vez Leonardo y la Novia, siendo perseguidos por el Novio, este último los encuentrara y acabara con su rival:

Suegra: (Enérgica, a su hija) ¡Cállate! (Sale Leonardo) ¡El niño! (Entra y vuelve a salir
con él en brazos.) (La mujer ha permanecido de pie, inmóvil)
Las patas heridas,
las crines heladas,
dentro de los ojos
un puñal de plata.
Bajaban al río.
La sangre corría
más fuerte que el agua.

Mujer: (Volviéndose lentamente y como soñando)
Duérmete, clavel,
que el caballo se pone a beber.



Entonces el agua, como la sangre, será esa metáfora sacrifical que supondrá el sacrificio de los dos hombres, que por una mujer (la Novia) dieron su vida. El torrente de agua, por tanto, significará el derramamiento de sangre, no cabe duda alguna que se refiere a esa muerte-sacrificio.

Y para explicar mejor esta muerte-sacrificio, cabe destacar el instrumento utilizado para llevarlo a acabo, y sí, nos estamos refiriendo al puñal, al cuchillo, a la navaja (como bien se menciona en el Acto primero, cuadro primero):

Madre: (Entre dientes y buscándola) La navaja, la navaja... Malditas sean todas y el
bribón que las inventó. [...] No sé cómo te atreves a llevar una navaja en tu
cuerpo, ni cómo yo dejo a la serpiente dentro del arcón.

Y es evidente la animadversión que muestra la Madre del Novio ante tales artefactos, pues ellos fueron los que se llevaron la vida de su marido y su hijo, a manos de la familia de los Félix. Y aún se nota en sus palabras cierto resentimiento o recelo hacia estos objetos afilados y punzantes, y a sus ejecutores:

Madre: Cien años que yo viviera no hablaría de otra cosa. Primero, tu padre, que me
olía a clavel y lo disfruté tres años escasos. Luego, tu hermano. ¿Y es justo y puede ser
que una cosa pequeña como una pistola o una navaja pueda acabar con un hombre, que
es un toro? No callaría nunca. Pasan los meses y la desesperación me pica en los ojos y hasta en las puntas del pelo.

[...]

Criada: No. Hace rato llegó Leonardo con su mujer. Corrieron como demonios. La
mujer llegó muerta de miedo. Hicieron el camino como si hubieran venido a caballo.

Padre: Ese busca la desgracia. No tiene buena sangre.

Madre: ¿Qué sangre va a tener? La de toda su familia. Mana de su bisabuelo, que
empezó matando, y sigue en toda la mala ralea, manejadores de cuchillos y gente de
falsa sonrisa.

En el Acto tercero, cuadro segundo, se muestra en las acotaciones como dos muchachas (...) están devanando una madeja roja, esto hace referencia al destino de los dos hombres, el amargo destino al que sucumbieron, como Las Moiras que en la mitología griega cortaban el hilo de la vida de los hombres y héroes que protagonizaban esas legendarias hazañas.



Y las últimas palabras de las Vecinas, que describen al cuchillo como arma, como elemento ejecutor y violento, explicaría cuan carácter de sacrificio y derramador de sangre recubre su hoja:


Vecinas: con un cuchillo,
con un cuchillito,
en un día señalado, entre las dos y las tres,
se mataron los dos hombres del amor.
Con un cuchillo.
con un cuchillito
que apenas cabe en la mano,
pero que penetra fino
por las carnes asombradas
y que se para en el sitio
donde tiembla enmarañada
la oscura raíz del grito.

La muerte era inevitable, y ya lo auguraba la Madre de el Novio en el primer acto y cuadro. Y a través del cuchillo se liberará el alma, y las víctimas de esta liberación fueron dos, y dos vidas se cobró el acero:



Y por último, comentaremos la simbología de la luna, que ya aparecía en otras obras de Lorca como El romancero gitano, más concretamente en el Romance de la luna, luna y que en Bodas de sangre cobrará vida, incluso llegándose a presentar como personaje (por los Leñadores) partícipe de la acción, espectador de la tragedia y de la muerte de los protagonistas:

Luna:
Cisne redondo en el río,
ojo de las catedrales,
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!
¿Quién se oculta? ¿Quién solloza
por la maleza del valle?
La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre.
¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
¡Abrid tejados y pechos
donde pueda calentarme!
¡Tengo frío! Mis cenizas
de soñolientos metales
buscan la cresta del fuego
por los montes y las calles.
Pero me lleva la nieve
sobre su espalda de jaspe,
y me anega, dura y fría,
el agua de los estanques.
Pues esta noche tendrán
mis mejillas roja sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¡No haya sombra ni emboscada.
que no puedan escaparse!
¡Que quiero entrar en un pecho
para poder calentarme!
¡Un corazón para mí!
¡Caliente!, que se derrame
por los montes de mi pecho;
dejadme entrar, ¡ay, dejadme! (A las ramas.)
No quiero sombras. Mis rayos
han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mis mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¿Quién se oculta? ¡Afuera digo!
¡No! ¡No podrán escaparse!
Yo haré lucir al caballo
una fiebre de diamante.
(Desaparece entre los troncos y vuelve la escena a su luz oscura. Sale una anciana
totalmente cubierta por tenues paños verdeoscuros. Lleva los pies descalzos. Apenas si se le verá el rostro entre los pliegues. Este personaje no figura en el reparto.)

Vemos aquí un pequeño monólogo donde la luna, como si fuera cómplice del cuchillo (vemos en los dos símbolos el color plateado que sugiere la muerte) sentencia a los dos hombres cuyas vidas se arrebataron el uno al otro.

Y es que la luna, al igual que es capaz de influir en las mareas o en el embarazo/parto de las mujeres, también puede intervenir en el ciclo vital de los hombres. La luna para Lorca entonces, se erigiría como surtidor y recolector de vida.




____________
[1] DE MIRANDA, Ángel Álvarez, La metáfora y el mito, Madrid, Taurus, 1963 (nueva edición, Sevilla, Renacimiento, 2011).

viernes, 16 de mayo de 2014

El satanismo y desenlace de la obra de Don Álvaro

La tensión se palpa en el ambiente.

Después de los últimos acontecimientos ocurridos en las jornadas anteriores: el descubrimiento de la identidad de Don Fadrique, la posterior muerte de Don Carlos y la encarcelación y huida de Don Álvaro. Nos encontramos en la Jornada quinta, última jornada de esta obra que ya llevábamos varias entradas comentando.


Don Álvaro, ahora con una nueva identidad, la de fraile, se hace pasar por el Padre Rafael para meditar o tal vez encontrar la paz en un convento de Los Ángeles (primera referencia antitética con el satanismo), como podemos leer en la primer acotación, donde unos frailes sirven comida a unos pobres.


La primera sospecha sobre la identidad de Don Álvaro viene de la boca de Hermano Melitón:


HERMANO MELITÓN.- Ya, eso sí... Pero, la verdad, siempre que lo miro me acuerdo de aquello que vuestra reverendísima nos ha contado muchas veces, y también se nos ha leído en el refectorio, de cuando se hizo fraile de nuestra Orden el demonio, y que estuvo allá en un convento algunos meses. Y se me ocurre si el padre Rafael será alguna cosa así... pues tiene unos repentes, una fuerza, y un mirar de ojos...


Encontramos así la primera referencia hacia el demonio de manos de este personaje, que desde un principio, no se termina de fiar de Don Álvaro, o, en este caso, del Padre Rafael.

Las sospechas sobre Don Álvaro se acentúan con la llegada de Don Alfonso en la siguiente escena. Don Alfonso lleva años buscando a Don Álvaro para vengar el mal que este hizo a su familia, por fin podrá tener lugar dicho escarmiento, pues después de haberle estado siguiendo la pista, acaba en el convento de Los Ángeles. Pregunta al Hermano Melitón, que se refiere al Padre Rafael como el del infierno, asustado, le enseña donde se encuentra el supuesto fraile y suben los dos por unas escaleras.

Las Escenas IV y V son el prefacio de lo que está a punto de ocurrir. Hermano Melitón llama a la puerta de la alcoba de Don Álvaro y este medita en su interior de quién se tratará tan inesperada visita.



En la Escena VI entra Don Alfonso sin embozarse y reconociendo al instante al asesino de su padre y hermano. Don Álvaro parece que no reconoce al invitado, hasta que se quita la capucha y ve el parecido tan razonable con el Marqués de Calatrava, Don Álvaro queda anonadado. Entonces es cuando Don Alfonso carga sus acusaciones contra él:

DON ALFONSO
¡Basta, que ya está dicho todo!
De mi hermano y de mi padre
me está pidiendo venganza
en altas voces la sangre.
Cinco años ha que recorro,                                                                    1960
con dilatados vïajes
el mundo, para buscaros,
y aunque ha sido todo en balde,
el cielo (que nunca impunes
deja las atrocidades                                                                                 1965
de un monstruo, de un asesino,
de un seductor, de un infame),
por un imprevisto acaso
quiso por fin indicarme
el asilo donde está a salvo                                                                      1970
de mi furor os juzgasteis.
Fuera el mataros inerme
indigno de mi linaje.
Fuisteis valiente; robusto
aún estáis para un combate;                                                                  1975
armas no tenéis, lo veo;
yo dos espadas iguales
traigo conmigo: son éstas.

Don Alfonso señala a Don Álvaro como monstruo, anteriormente como demonio, parece significativo el motivo de estas comparaciones. Don Alfonso reta en duelo a Don Álvaro, aunque este se resiste a aceptar tal invitación.


DON ALFONSO
Una
sola hermana me dejasteis
perdida y sin honra... ¡Oh furia!


DON ÁLVARO
¡Mi Leonor! ¡Ah! No sin honra:                                                             2040
un religioso os lo jura.
 (En deliro.) 
Leonor..., ¡ay!, la que absorbía
toda mi existencia junta;
la que en mi pecho, por siempre...
Por siempre, sí, sí... que aún dura...                                                      2045
una pasión... Y qué, ¿vive?
¿Sabéis vos noticias suyas?...
Decid que me ama, y matadme.
Decidme... ¡Oh Dios!... ¿Me rehúsa
 (Aterrado.) 
vuestra gracia sus auxilios?                                                                   2050
¿De nuevo el triunfo asegura
el infierno, y se desploma
mi alma en su sima profunda?
¡Misericordia!... Y vos, hombre
o ilusión, ¿sois, por ventura                                                                   2055
un tentador que renueva
mis criminales angustias
para perderme?... ¡Dios mío!

Cuando Don Alfonso menciona a Doña Leonor, Don Álvaro recuerda toda la tragedia pasada y se arrodilla ante su enemigo pidiendo que olvide la idea de batirse en duelo. Aparecen más referencias al infierno, que marcan el desenlace de la obra. Don Álvaro soporta con templanza todas las recriminaciones, hasta que Don Alfonso nombra estas palabras:


DON ALFONSO
 (Con desprecio.) 
Un caballero
no hace tal infamia nunca.
Quien sois bien claro publica
vuestra actitud, y la inmunda
mancha que hay en vuestro escudo.                                                    2080

Entonces es cuando discuten y Don Álvaro comienza a sentirse ofendido:


DON ÁLVARO
 (Levantándose con furor.) 
¿Mancha?...¿Y cuál?... ¿Cuál?


DON ALFONSO
¿Os asusta?


DON ÁLVARO
¡Mi escudo es como el sol limpio,
como el sol!


DON ALFONSO
¿Y no lo anubla
ningún cuartel de mulato,
de sangre mezclada, impura?                                                              2085


DON ÁLVARO
 (Fuera de sí.) 
¡Vos mentís, mentís, infame!
Venga el acero; mi furia
  (Toca el pomo de una de las espadas.) 
os arrancará la lengua,
que mi clara estirpe insulta.
Vamos.


DON ALFONSO
Vamos.

Para Don Álvaro, el tema de la familia, el origen de esta y su honor es intangible. Al pronunciar tales palabras, Don Alfonso hiere la sensibilidad de Don Álvaro, que lleno de ira agarraba una de esas espadas que el molesto huésped le ofrecía, aunque parece recapacitar:


DON ÁLVARO
(Reportándose.) 
No..., no triunfa                                                                   2090
tampoco con esta industria
de mi constancia el infierno.
Retiraos, señor.

Entonces es cuando Don Alfonso le da una bofetada y sin que haya vuelta atrás, los dos salen precipitados de la escena preparados para el encuentro, que con gran carga satánica se empieza a desatar:


DON ALFONSO
 (Furioso.) 
¿Te burlas
de mí, inicuo? Pues cobarde
combatir conmigo excusas,                                                                    2095
no excusarás mi venganza.
Me basta la afrenta tuya.
Toma.
 (Le da una bofetada.) 


DON ÁLVARO
 (Furioso y recobrando toda su energía.) 
¿Qué hiciste?... ¡Insensato!
Ya tu sentencia es segura:
¡Hora es de muerte, de muerte!                                                           2100
¡El infierno me confunda!

El Hermano Melitón, asustado, abre la puerta para que los dos hombres se lancen a la batalla:

HERMANO MELITÓN.- (Saliéndole al paso.) ¿Adónde bueno?

DON ÁLVARO.- (Con voz terrible.) ¡Abra la puerta!

HERMANO MELITÓN.- La tarde está tempestuosa, va a llover a mares.

DON ÁLVARO.- Abra la puerta.

HERMANO MELITÓN.- (Yendo hacia la puerta.) ¡Jesús!... Hoy estamos de marea alta... Ya voy... ¿Quiere que le acompañe?... ¿Hay algún enfermo de peligro en el cortijo?...

DON ÁLVARO.- La puerta, pronto.

HERMANO MELITÓN.- (Abriendo la puerta.) ¿Va el padre a Hornachuelos?

DON ÁLVARO.- (Saliendo con DON ALFONSO.) ¡Voy al infierno! 




En la siguiente escena, habla el Hermano Melitón, que acusa tanto a Don Álvaro como a Don Alfonso de endemoniados, se suscita la naturaleza satánica de los dos personajes, pues tras ellos dejaban rastros de sed de venganza y sangre. Encontramos varias alusiones al infierno, el demonio y la muerte (elementos satánicos):


HERMANO MELITÓN
   ¡Al infierno!... ¡Buen vïaje!
También que era del infierno
dijo, para mi gobierno,
aquel nuevo personaje.
¡Jesús, y qué caras tan...!
Me temo que mis sospechas
han de quedar satisfechas.
Voy a ver por dónde van.
[...]
No me oyen, vano es gritar.
Demonios son, es patente.
Con el santo penitente
sin duda van a cargar.
[...]
 (Cierra la puerta.)  
Un olorcillo han dejado
de azufre... Voy a tocar
las campanas.

La Escena IX se presenta en mitad de una tormenta con los personajes, ambos con las espadas envainadas y en guardia, se respira la tragedia y el satanismo que envuelve a la obra:


DON ÁLVARO
Hombre, fantasma o demonio,
que ha tomado humana carne
para hundirme en los infiernos,
para perderme..., ¿qué sabes?...                                                          2175

El satanismo de Don Alfonso se hace más notorio tras estas acusaciones de Don Álvaro, y nuevas alusiones al infierno y a la putrefacción (cuando habla de heces) por parte de Don Alfonso:


DON ALFONSO
Ahora tienes que escucharme,
que has de apurar, ¡vive el cielo!,
hasta las heces el cáliz.                                                                            2225
Y si, por ser mi destino,
consiguieses el matarme,
quiero allá en tu aleve pecho
todo un infierno dejarte.

Vuelven las acusaciones de Don Álvaro hacia su contrincante, aunque también habla de sí mismo como un ser sediento de sangre y muerte (que se avecina inminente): 


DON ÁLVARO
¿Eres monstruo del infierno,
prodigio de atrocidades?                                                                       2265
[...]
¡Muerte y exterminio! ¡Muerte
para los dos! Yo matarme
sabré, en teniendo el consuelo
de beber tu inicua sangre.                                                                     2275

Los dos se baten y Don Alfonso cae al suelo herido. Será entonces cuando Don Álvaro vuelva a cobrar la razón y al percatarse del horrible acto que ha cometido, entra en pánico, y tras escuchar la súplicas de su moribundo rival, de que este le salvara, sale despedido en busca de auxilio. Cuando llama a la puerta de la mansión del penitente, al otro lado de la puerta descubrimos que se trata de Doña Leonor, que también, al igual que Don Álvaro, se había apartado de la civilización para olvidar el pasado. Fue tal la sorpresa de Doña Leonor que no sabía a cuál acudir de los dos, y para la desdicha de esta, al acercarse a su hermano herido, éste la mata en su último aliento, creyendo que tanto ella como Don Álvaro eran cómplices de su desgracia (vemos aquí una clara referencia al Génesis, que nos evoca a cuando Caín mató a Abel):


DOÑA LEONOR.- (Precipitándose en los brazos de su hermano.) ¡Hermano mío!... ¡Alfonso!

DON ALFONSO.- (Hace un esfuerzo, saca un puñal, y hiere de muerte a LEONOR.) ¡Toma, causa de tantos desastres, recibe el premio de tu deshonra!... Muero vengado. (Muere.)




La confusión y la paradójica muerte de Leonor inmovilizan a Don Álvaro, que aterrado por el terrible acto de Don Alfonso, se va alejando de la escena, huyendo hacia las montañas, y es cuando entran los frailes:


PADRE GUARDIÁN.- ¡Dios mío!... ¡Sangre derramada!... ¡Cadáveres!... ¡La mujer penitente!

TODOS LOS FRAILES.- ¡Una mujer!... ¡Cielos!

PADRE GUARDIÁN.- ¡padre Rafael!

DON ÁLVARO.- (Desde un risco, con sonrisa diabólica, todo convulso, dice.) Busca, imbécil, al padre Rafael... Yo soy un enviado del infierno, soy el demonio exterminador... Huid, miserables.

TODOS.- ¡Jesús, Jesús!

DON ÁLVARO.- Infierno, abre tu boca y trágame! ¡Húndase el cielo, perezca la raza humana; exterminio, destrucción...! (Sube a lo más alto del monte y se precipita.)

EL PADRE GUARDIÁN Y LOS FRAILES.- (Aterrados y en actitudes diversas.) ¡Misericordia, Señor! ¡Misericordia!


Y así es como concluye la obra. Don Álvaro, no puede soportarlo más, así que hizo lo que ya llevaba pensando hacer desde hace tiempo.

El suicidio de Don Álvaro será el ingrediente definitivo para marcar a esta obra de tragedia y el satanismo que promueve queda manifestado por sus últimas palabras, donde invoca al infierno para que este le trague y lanza al cielo un grito que pretende acabar con todo, con cualquiera persona y hasta con él mismo. Como poseído, y mientras los frailes le observaban, se lanzaba hacia el vacío para así acabar con su amargo sufrimiento y dejando perplejo a un público que lo contemplaba absorto como si de un ser maligno se tratara.

Espero que os haya gustado este breve análisis de las jornadas III y V de la obra del Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del sino. Nos vemos en la próxima obra que analizaremos, que será Bodas de sangre de Federico García Lorca. ¡Que tengáis una buena mañana/tarde!

miércoles, 14 de mayo de 2014

Cuando Don Carlos averiguó la verdadera identidad de Don Fadrique

Y seguimos analizando Don Álvaro o la fuerza del sino del Duque de Rivas.

En la entrada anterior hablábamos de la Escena III de la Jornada tercera, pues bien, seguimos en la misma jornada y continuamos con las escenas que le siguen.


El siguiente fragmento que analizaremos trata sobre como Don Carlos, hermano de Doña Leonor, averigua la verdadera identidad de Don Félix. Después de una breve lectura, nos encontramos en la Escena VII, según las acotaciones, la acción ocurre en Veletri, y es protagonizada por Don Carlos y Don Álvaro, ambos se encontraban en el ejército, y se conocieron gracias a que Don Álvaro salvara a Don Carlos de una muerte segura después de haber estado jugando con varios asesinos que pretendían herirlo. Don Carlos le agradeció su ayuda y le preguntó por su identidad. Y este procedimiento dramático será el que analizaremos: El engaño sobre la identidad para mantener la intriga y el misterio del drama.


Como los dos hombre no se reconocían, Don Carlos de presentó como Don Féliz de Avendaña y en respuesta, Don Álvaro se presenta como don Fadrique de Herreros, capitán de granaderos del regimiento del Rey (que no será la primera y última identidad que use a lo largo de la trama). Ambos ocultan su identidad por razones diferentes, el primero para tener así oportunidad de saber quién asesinó a su padre (el Marqués de Calatrava) y el otro para pasar desapercibido o simplemente olvidar los trágicos acontecimiento ocurridos en Sevilla y de como mató al Marqués accidentalmente, y por todo lo ocurrido y tras el monólogo anteriormente comentado, se lanzó con agresividad a la batalla para ver si con suerte abandonaba la vida.




Don Carlos, al reconocer a su salvador como soldado español, se alegra con creces, así que en seguida entablaron amistad y le dice que combatirán juntos. A la mañana siguiente, el teniente, observaba una batalla con sus anteojos. Los alemanes y las tropas del Capitán Fadrique se encontraban en una gran refriega. Don Fadrique cae herido, pero Don Carlos lo salva. La batalla concluye con la victoria de los españoles. Don Álvaro, gravemente herido, es trasladado por Don Carlos al alojamiento de un oficial superior, donde lo espera un cirujano. Es en este momento cuando Don Álvaro, antes de desmayarse, pronunciaría las palabras que lo delatarían ante el hermano de Doña Leonor, y de esta forma, conocería su verdadera identidad:



DON CARLOS
No digáis tal, don Fadrique
cuando tan vano me encuentro
de que salvaros la vida
me haya concedido el cielo.                                                                      1115

DON ÁLVARO
¡Ay don Félix de Avendaña,
qué grande mal me habéis hecho!
(Se desmaya.)        

Don Carlos sospecha de que Don Álvaro le haya embaucado con su identidad así que reclama al cirujano que este le salve la vida y asegurarse, de esta forma, de que se trata verdaderamente del asesino de su padre, el Marqués de Calatrava. El cirujano esparce por la cara de Don Álvaro un poco de agua y vinagre y Don Carlos le dice lo siguiente:

DON CARLOS
Ánimo, noble amigo,
cobrad ánimo y aliento;                                                                            1135
pronto, muy pronto curado
y restablecido y bueno
volveréis a ser la gloria,
el norte de los guerreros.
Y a nuestras altas hazañas                                                                       1140
el rey dará todo el premio
que merece. Sí, muy pronto,
lozano otra vez, cubierto
de palmas inmarchitables
y de laureles eternos,                                                                                 1145
con una rica encomienda
se adornará vuestro pecho
de Santiago o Calatrava.

DON ÁLVARO

(Muy agitado.)
¿Qué escucho? ¿Qué? ¡Santo cielo!
¡Ah!... no, no de Calatrava:                                                                       1150
jamás, jamás... ¡Dios eterno!

Don Carlos se sorprende al escuchar estas palabras de Don Fadrique, y se pregunta por el origen de las mismas:


DON CARLOS
(Suspenso aparte.)
El nombre de Calatrava,
¿qué tendrá?, ¿qué tendrá... tiemblo,
de terrible a sus oídos? 

En la próxima escena, la Escena VIII, se sigue manteniendo la sensación de intriga, y después de que Don Álvaro desmayara en más de una ocasión, casi delirando, pide a Don Carlos que este jure hacer lo que le va a pedir, un favor entre caballeros. Le pide que con una llave (la cual hace entrega), abra una cajita con sus pertenencias en la que se encuentran unos documentos y por favor le ruega que sin leerlos queme y elimine todo rastro de ellos.


DON CARLOS
[...]
Pero es hombre singular,
y en el corto tiempo que                                                                            1225
le trato rasgos noté
que son dignos de extrañar.
(Pausa.)
¿Y de Calatrava el nombre
por qué así le horrorizó
cuando pronunciarlo oyó?...                                                                    1230
¿Qué hallará en él que le asombre?
[...]
¿Podrá ser este el traidor,
de mi sangre deshonor,
el que a buscar vine aquí.
[...]
¿A quien mi vida salvó,
y que moribundo está,                                                                               1245
matar inerme podrá
un caballero cual yo?
(Pausa.)
¿No puede falsa salir
mi sospecha?... Sí... ¿Quién sabe?...
Pero, ¡cielos!, esta llave                                                                             1250
todo me lo va a decir.

(Se acerca a la maleta, la abre precipitado, y saca la caja poniéndola sobre la mesa.)

Don Carlos reflexiona acerca de la identidad de Don Álvaro y piensa sobre el motivo de su espanto ante el nombre de Calatrava, comienza a considerar que pueda ser él el asesino de su padre. Piensa en acabar con su vida, pero recapacita. Finalmente, y después de haberlo meditado un momento, se decide a abrir el contenido de la caja:



DON CARLOS
Me impide abrirte el temblor
que me causa el recelar
que en tu centro voy hallar
los pedazos de mi honor.
(Resuelto y abriendo.)
Mas no, que en ti mi esperanza,                                                              1260
la luz, que me da el destino,
está para hallar camino
que me lleve a la venganza.
(Abre y saca un legajo sellado.)
[...]
¡Oh cielos! ¿Qué voy a hacer?
¿Y la palabra que di?
Mas si la suerte me da
tan inesperado medio
de dar a mi honor remedio,                                                                      1270
el perderlo ¿qué será?
Si a Italia sólo he venido
a buscar al matador
de mi padre y de mi honor,
con nombre y porte fingido,                                                                     1275
¿qué importa que el pliego abra,
si lo que vine a buscar
a Italia, voy a encontrar?...
[...]
Queda, ¡oh secreto!, escondido,                                                              1300
si en este legajo estás,
que un medio infame, jamás
lo usa el hombre bien nacido.
(Registrando la maleta.)
Si encontrar aquí pudiera
algún otro abierto indicio                                                                         1305
que, sin hacer perjüicio
a mi opinión, me advirtiera...
(Sorprendido.)
¡Cielos!... Lo hay... Esta cajilla,
(Saca una cajita como de retrato.)
que algún retrato contiene.
[...]

(La abre, y exclama muy agitado.) 

Primero se preocupa de que, al abrir la caja, rompa el pacto que le hizo a su reciente amigo. El honor parece cosa muy importante para Don Carlos. Aún así, decide hacerle caso a la posibilidad de que pueda tratarse del asesino de su padre, ya que si así lo fuera, podría cobrar su venganza. Abre la caja y en su interior...



DON CARLOS
¡Cielos!.. No... no me engañé,                                                                   1320
esta es mi hermana Leonor...
¿Para qué prueba mayor?...
Con la más clara encontré.
Ya está todo averiguado:
Don Álvaro es el herido.                                                                            1325
Brújula el retrato ha sido
que mi norte me ha marcado.
[...]
Mas... ¡ah!..., no me precipite
mi honra, cielos, ofendida.
Guardad a este hombre la vida
para que yo se la quite.



En el interior de la caja se encontraba un retrato de su hermana Leonor, y esto demostraba que la verdadera identidad de Don Fadrique no era otra que la de Don Álvaro, las pruebas eran evidentes. Tras descubrir la triste realidad, Don Carlos no pensaba en otra cosa que no fuera hacerle pagar por sus pecados al que acabó con su padre, pero esperaría a que este se recupere para poder así vengarse con honor en un duelo entre caballeros.


Y así concluye esta trepidante jornada con el descubrimiento de la verdad, y con la sed de venganza por parte de don Carlos de dar muerte a Don Álvaro, triste asesino accidental. Se marca, de esta forma, el inicio de la tragedia. Tragedia que no cabe duda se cobrará alguna que otra vida.