Como bien sabemos, y como además expone Ángel Álvarez de Miranda en sus estudios[1], Lorca, trata «el tema de la mística del morir». Porque, ¿cómo es la muerte para Lorca?, pues después de leer a Álvarez de Miranda y de haber leído la obra a fondo, podría decirse que la muerte es como un sacrificio, un sacrificio de sangre (como ya sugiere la obra que estamos comentando), un sacrificio espiritual, también, pero siempre llevado a cabo de manera violenta. El hombre es un ser que en la mayoría de las veces se rige o actúa (por así decirlo) siempre bajo el mandato de sus pasiones.
Y después de esta breve introducción, pasemos a lo que sería, el análisis de estos símbolos que venimos mencionando, cabe mencionar que a todos ellos los envuelve cierto halo de religiosidad, muy propio de este autor andaluz:
Y el primer símbolo que nos llama la atención no será otro que el caballo. Símbolo de virilidad, de sexualidad (deseo sexual, instinto sexual), motor de pasión. En otras culturas siempre ha significado también el poder. El caballo figura en la obra no solo como montura que utilizará Leonardo para huir con la novia, sino también como presagio de lo que vendrá luego, y esto lo veremos en la nana (Acto primero, cuadro segundo), que contendrá, como veremos, todos los símbolos más significativos:
Suegra:
Nana, niño, nana
del caballo grande
que no quiso el agua.
El agua era negra
dentro de las ramas.
Cuando llega el puente
se detiene y canta.
¿Quién dirá, mi niño,
lo que tiene el agua
con su larga cola
por su verde sala?
Mujer: (Bajo)
Duérmete, clavel,
que el caballo no quiere beber.
Suegra:
Duérmete, rosal,
que el caballo se pone a llorar.
Las patas heridas,
las crines heladas,
dentro de los ojos
un puñal de plata.
Bajaban al río.
¡Ay, cómo bajaban!
La sangre corría
más fuerte que el agua.
Esta nana, cantada por la Suegra y Mujer de Leonardo está cargada de simbolismo: el caballo, como hemos mencionado, hace referencia a la masculinidad, a la pasión, al deseo sexual, y estas características se relacionan directamente con Leonardo, que huyendo con la novia provocará que este encuentre su trágico destino en la reyerta con el Novio.
Pero esto no acaba aquí, pues como vemos en la nana, este caballo parece huir del agua, ¿pero no es el agua un símbolo de pureza en la mayoría de obras de este estilo? pues esta vez discreparemos en ello. En esta ocasión, el agua significará la muerte. La nana se presenta como una especie de ritual que presagia la tragedia. Desde el caballo que no quiere beber (haciendo referencia al casamiento de la Novia con el Novio y los pocos minutos restantes que quedan para el rapto de la Novia por parte de Leonardo), también la desconfianza del caballo de beber al ver reflejado el cuchillo sería otra metáfora de ello..., y luego, como vemos en el siguiente fragmento, el caballo que bebe y por tanto, haciendo referencia a que, una vez Leonardo y la Novia, siendo perseguidos por el Novio, este último los encuentrara y acabara con su rival:
con él en brazos.) (La mujer ha permanecido de pie, inmóvil)
Las patas heridas,
las crines heladas,
dentro de los ojos
un puñal de plata.
Bajaban al río.
La sangre corría
más fuerte que el agua.
Mujer: (Volviéndose lentamente y como soñando)
Duérmete, clavel,
que el caballo se pone a beber.
Entonces el agua, como la sangre, será esa metáfora sacrifical que supondrá el sacrificio de los dos hombres, que por una mujer (la Novia) dieron su vida. El torrente de agua, por tanto, significará el derramamiento de sangre, no cabe duda alguna que se refiere a esa muerte-sacrificio.
Y para explicar mejor esta muerte-sacrificio, cabe destacar el instrumento utilizado para llevarlo a acabo, y sí, nos estamos refiriendo al puñal, al cuchillo, a la navaja (como bien se menciona en el Acto primero, cuadro primero):
Madre: (Entre dientes y buscándola) La navaja, la navaja... Malditas sean todas y el
bribón que las inventó. [...] No sé cómo te atreves a llevar una navaja en tu
cuerpo, ni cómo yo dejo a la serpiente dentro del arcón.
Y es evidente la animadversión que muestra la Madre del Novio ante tales artefactos, pues ellos fueron los que se llevaron la vida de su marido y su hijo, a manos de la familia de los Félix. Y aún se nota en sus palabras cierto resentimiento o recelo hacia estos objetos afilados y punzantes, y a sus ejecutores:
Madre: Cien años que yo viviera no hablaría de otra cosa. Primero, tu padre, que me
olía a clavel y lo disfruté tres años escasos. Luego, tu hermano. ¿Y es justo y puede ser
que una cosa pequeña como una pistola o una navaja pueda acabar con un hombre, que
es un toro? No callaría nunca. Pasan los meses y la desesperación me pica en los ojos y hasta en las puntas del pelo.
[...]
Criada: No. Hace rato llegó Leonardo con su mujer. Corrieron como demonios. La
mujer llegó muerta de miedo. Hicieron el camino como si hubieran venido a caballo.
Padre: Ese busca la desgracia. No tiene buena sangre.
Madre: ¿Qué sangre va a tener? La de toda su familia. Mana de su bisabuelo, que
empezó matando, y sigue en toda la mala ralea, manejadores de cuchillos y gente de
falsa sonrisa.
En el Acto tercero, cuadro segundo, se muestra en las acotaciones como dos muchachas (...) están devanando una madeja roja, esto hace referencia al destino de los dos hombres, el amargo destino al que sucumbieron, como Las Moiras que en la mitología griega cortaban el hilo de la vida de los hombres y héroes que protagonizaban esas legendarias hazañas.
Y las últimas palabras de las Vecinas, que describen al cuchillo como arma, como elemento ejecutor y violento, explicaría cuan carácter de sacrificio y derramador de sangre recubre su hoja:
Vecinas: con un cuchillo,
con un cuchillito,
en un día señalado, entre las dos y las tres,
se mataron los dos hombres del amor.
Con un cuchillo.
con un cuchillito
que apenas cabe en la mano,
pero que penetra fino
por las carnes asombradas
y que se para en el sitio
donde tiembla enmarañada
la oscura raíz del grito.
La muerte era inevitable, y ya lo auguraba la Madre de el Novio en el primer acto y cuadro. Y a través del cuchillo se liberará el alma, y las víctimas de esta liberación fueron dos, y dos vidas se cobró el acero:
Y por último, comentaremos la simbología de la luna, que ya aparecía en otras obras de Lorca como El romancero gitano, más concretamente en el Romance de la luna, luna y que en Bodas de sangre cobrará vida, incluso llegándose a presentar como personaje (por los Leñadores) partícipe de la acción, espectador de la tragedia y de la muerte de los protagonistas:
Luna:
Cisne redondo en el río,
ojo de las catedrales,
alba fingida en las hojas
soy; ¡no podrán escaparse!
¿Quién se oculta? ¿Quién solloza
por la maleza del valle?
La luna deja un cuchillo
abandonado en el aire,
que siendo acecho de plomo
quiere ser dolor de sangre.
¡Dejadme entrar! ¡Vengo helada
por paredes y cristales!
¡Abrid tejados y pechos
donde pueda calentarme!
¡Tengo frío! Mis cenizas
de soñolientos metales
buscan la cresta del fuego
por los montes y las calles.
Pero me lleva la nieve
sobre su espalda de jaspe,
y me anega, dura y fría,
el agua de los estanques.
Pues esta noche tendrán
mis mejillas roja sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¡No haya sombra ni emboscada.
que no puedan escaparse!
¡Que quiero entrar en un pecho
para poder calentarme!
¡Un corazón para mí!
¡Caliente!, que se derrame
por los montes de mi pecho;
dejadme entrar, ¡ay, dejadme! (A las ramas.)
No quiero sombras. Mis rayos
han de entrar en todas partes,
y haya en los troncos oscuros
un rumor de claridades,
para que esta noche tengan
mis mejillas dulce sangre,
y los juncos agrupados
en los anchos pies del aire.
¿Quién se oculta? ¡Afuera digo!
¡No! ¡No podrán escaparse!
Yo haré lucir al caballo
una fiebre de diamante.
(Desaparece entre los troncos y vuelve la escena a su luz oscura. Sale una anciana
totalmente cubierta por tenues paños verdeoscuros. Lleva los pies descalzos. Apenas si se le verá el rostro entre los pliegues. Este personaje no figura en el reparto.)
Vemos aquí un pequeño monólogo donde la luna, como si fuera cómplice del cuchillo (vemos en los dos símbolos el color plateado que sugiere la muerte) sentencia a los dos hombres cuyas vidas se arrebataron el uno al otro.
Y es que la luna, al igual que es capaz de influir en las mareas o en el embarazo/parto de las mujeres, también puede intervenir en el ciclo vital de los hombres. La luna para Lorca entonces, se erigiría como surtidor y recolector de vida.
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[1] DE MIRANDA, Ángel Álvarez, La metáfora y el mito, Madrid, Taurus, 1963 (nueva edición, Sevilla, Renacimiento, 2011).