miércoles, 11 de junio de 2014

Un paseo por la historia del franquismo. «Los niños perdidos» (2ª parte)

Seguimos leyendo y después de varios diálogos y juegos, nos encontramos a Tuso intentando calmar al Cucachica cantándole un himno eucarístico y a Lázaro y a Marqués como poseídos por el espíritu de la Falange, cantando sus melodías más populares para sacarles de quicio:
Marqués. (...) Menuda tontería de canción. Las canciones más bonitas son otras, son como esa de (Canta marcialmente, pero con doble intención, con mucha maldad, sabiendo perfectamente lo que va a provocar.)
     Prietas las filas 

     recias, marciales 
     nuestras escuadras van, 
     cara al mañana,
     que nos promete 
     patria, justicia y pan
Tuso. ¡Cállate!
Lázaro y Marqués. 
     Mis camaradas 
     fueron a luchar, 
     el gesto alegre
     y firme el ademán. 
     La vida a España 
     dieron al morir; 
     hoy grande y libre 
     nace para mí. 
     [...]
     Lánzate al cielo, 
     flecha de España, 
     que un blanco 
     has de encontrar;
     busca el imperio, 
     que ha de llegarte 
     por cielo, tierra y mar.
     [...] 
     Ya las banderas 
     cantan victoria 
     al paso de la paz 
     y han florecido, 
     rojas y frescas 
     las rosas de mi haz.
Estas canciones eran muy importantes en la historia política franquista, pues eran las canciones que se enseñaban a los niños como nos hemos querido referir antes como medida anti-republicanista, también eran muy comunes los lemas, tales como «¡La España una, grande y libre!» o «¡Arriba España! ¡Viva Franco! ¡Bien! ¡Bien!» que mencionan los niños cuando Lázaro improvisa un teatrillo y usando una muñequita con los símbolos de la Falange comienzan a cantar y a nombrar a coro el himno de «La Organización Juvenil».


Niños celebrando la victoria franquista en la Cibeles.
Los niños estaban recluidos en estos centros y orfanatos y estaba totalmente prohibido cualquier tipo de contacto con sus familiares que se mostraban contrarios a la dictadura, por eso les confiscaban las cartas que recibían:
Lázaro. (...) como te has portado mal y estás castigado... tendrás que esperar a la próxima. (Rompe el paquete.) ¡Ohhhhh! ¡Qué lástima, porque sí que son tebeos, y viene carta de tus tíos! ¡Qué pena, con la ilusión que te hacía!
Todos. ¡Mala! ¡Bruja! ¡Mala!
Y una vez más: «Si estáis aquí, arrancados de la miseria material y moral, es por pura caridad», se maltrataba psicológicamente a estos niños en estos orfanatos, como ya habíamos mencionado anteriormente. Ripoll retrata los terribles cuadros que presentaban las paredes de estos hospicios de Auxilio Social donde los niños eran tratados como escoria, manifestando así la crueldad de estas monjas. 
Sonido de aviones. Los niños quedan paralizados. El sonido se acerca peligrosamente. 
Cuca. ¡Los alemanes! ¡Son los alemanes! 
Los aviones comienzan a bombardear. Los niños se tiran al suelo. Lázaro sale de su escondite y se reúne con los otros. Sobre el ruido de las bombas retumban los pasos y las carreras fuera. Se escuchan voces, gritos, susurros espectrales, como venidos de otra dimensión, que repiten frases y palabras inconexas, sin sentido aparente.
Las voces y los bombardeos significarían el trauma que los niños tienen después de haber sufrido en sus carnes los estragos de una guerra. Los recuerdos que inundaban sus cabezas los atemorizaban y veían y oían cosas que no es que estuvieran ocurriendo, sino que ya habían vivido.

Estos niños, traumatizados y desolados intentaban distraer la mente jugando pero era inevitable la evocación a esos recuerdos que les marcaron de por vida, como el caso de Cuca, que jugando a los trenes, no pudo evitar acordarse de su madre y de cómo se separó de ella cuando lo encerraron en un vagón con muchísimos niños, que también se dirigían a los hospicios tras la muerte o encarcelamiento de sus padres, en condiciones infrahumanas, como ya mencioné anteriormente:
Cuca. (...) Y mi mamá gritaba: «¡Mi niño, mi niño, que no se lleven a mi niño». (...) Y pasaban los días y no llegábamos a ninguna parte. (...) Y hacía mucho frío. Y entonces abrió la puerta un guardia civil y dijo: «¡Qué mal huele», y dijimos: «Es que se han muerto unos niños». Y nos dieron una lata de sardinas. Y otro guardia dijo: «Son los del destacamento hospicio», (...) y sacó a los niños muertos y cerró la puerta. (...) Pero es que sus mamás o debían ser como la mía, aunque también estuviesen presas. (...) Y llegamos aquí y me cortaron el pelo, y no he vuelto a ver a mi mamá. (...) «¿Tu mamá? A ésa la han fusilado porque era una roja muy malísima». Entonces me hice pis y me dieron una paliza por guarro y, como todas las noches me meo en la cama, me pusieron la sábana con los meaos por encima y me encerraron en este desván, solito y a oscuras, para ver si se me pasaba. Pero no.
Y tras estas tristes palabras se confirma nuestra teoría, las monjas que violentaban a las pobres criaturas, el fusilamientos de sus padres republicanos, la reprimenda que recibían solo por ser hijos de estos y la miserable travesía que debían soportar aquellos niños en aquellos nauseabundos vagones llenos de heces, orina y niños muertos, una imagen demasiado macabra y cruel como para que la presenciase un niño... Pero esta es la cruda realidad de una Guerra Civil y de su inmediata posguerra.


Fotografía tomada por Agustí Centelles, Los niños de la guerra. Niños que fueron evacuados cuando se produjo el conflicto.
Luego Marqués, para evadirse de la realidad se inventa que él ha venido en un vagón de primera y se pelea con Lázaro, Tuso intenta calmar al Cucachica volviéndole a cantar, esta vez con gorgoritos, otro de sus himnos eucarísticos. Durante la dictadura, se expandió muchísimo la religiosidad y la Semana Santa se convirtió en una tradición muy respetada, las personas en aquella época eran muy devotas.

La violencia genera violencia, y estos niños soñaban con la muerte de las monjas, sobre todo de la ya mencionada Sor, aunque, como veremos ahora, Tuso ya la habría matado (por eso se hacía pasar por ella), no es que cuando Tuso se disfrazara de ella, esta apareciera, es que cuando Tuso se disfrazaba, les invadían a estos niños los horribles recuerdos, recuerdos que nos llevan a la conclusión de que esta monja ya había acabado con la vida de estos niños:
Cuca. Yo no quiero que me vuelva a tirar por la ventana.
Marqués. Toma, ni yo que me de de palos hasta echar sangre por la boca...
Y más recuerdos de cuando separaban a los niños de sus padres, y evidencias que nos hacían saber de las mujeres que eran encarceladas estando embarazas y daban a luz en prisión, de ahí que muchos niños ni llegasen a conocer a sus padres, fue una auténtica masacre:
Lázaro. Yo no me acuerdo mucho de mis padres, la verdad.
Tuso. Jo, qué suerte, tenéis padres.

Lázaro. Era muy pequeño y un día les vinieron a buscar a casa unos falangistas y se los llevaron y no les volví a ver.
Además del desamparo que sufrieron, también sabemos del impacto que tuvo en la población civil los bombardeos de aviones alemanes con estas palabras:
Lázaro. Había montones de muertos en las aceras y nos daba muchísimo miedo porque algunos de los muertos los conocíamos. Luego les prendieron fuego con gasolina y olía muy mal, pero mis padres no volvían.
Luego el sometimiento de estos niños a la pérdida de su identidad por parte de las monjas, que les cambiaban el apellido en estos hospicios:
Lázaro. ¿Y sabéis lo más emocionante? que a cada asilo que iba, las monjas iban y me cambiaban el nombre: (...) me pusieron (...) Expósito. Y yo no soy Expósito (...) mi padre se llama Lázaro Alonso y mi madre (...) Visi, Quintana, que de eso sí que me acuerdo perfectamente.
Y tras varias desdichas y anécdotas de estos niños, se descubre el pastel, los niños estaban muertos y no eran más que objeto de la imanación o recuerdo de Tuso, Sor los había matado, y Tuso se había vengado tirándola por la escalera y acabando con su vida, y tras el revuelo, las demás monjas no sabían como reaccionar ante tales atrocidades:
Tuso. Al final conseguí que subiera sor Irene y cuando os vio tiesos y llenos de sangre casi se vuelve loca. Decidieron no dar parte para no formar un escándalo. Total, ya erais niños perdidos. Al fin y al cabo los niños de aquí no existen. Son como fantasmas y nadie va a reclamar por ellos. Mejor echar tierra encima, nunca mejor dicho.
Laila Ripoll, rompe de esta forma con esa lógica de realidad ficcional, convirtiendo a los protagonistas de su teatro en "fantasmas", en recuerdos que solo existían en la mente de uno de ellos, Tuso; y el desván, aparentemente vacío y cerrado se abre finalmente para liberar a esos niños que ya pueden descansar en paz después de haberse desahogado contando las penurias por la que tuvieron que pasar. Haciéndose así la luz. Y así Ripoll conmemoró a su familia y a todas las familias que fueron testigos de estas crueldades y que nadie vuelva a callar nunca más la voz del pueblo.

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